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Espero que este blog se convierta en una herramienta al servicio de la reflexión...y de la acción, sin la cual carecería de sentido.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

El capullo y la mariposa



Un hombre encontró un capullo y lo llevó a casa, de manera de observarcomo emergía la mariposa del capullo. Un día algo pequeño apareció, El hombre se sentó y observó por algunas horas como la mariposa luchaba forzando su cuerpo a través de la pequeña abertura del capullo, parecía que no había ningún progreso.
La mariposa no podía salir. Estaba atascada. El hombre en su bondad decidió ayudar a la mariposa. Tomó unas tijeras y cortó lo que faltaba para que saliera elpequeño cuerpo de la mariposa.
Y así fue, la mariposa salió fácilmente.Pero su cuerpo era pequeño y retorcido, y sus alas estaban arrugadas. El hombre continuó observándola en espera de que en cualquier momento la mariposa estirara las alas. Paro nada pasaba. De hecho la mariposa pasó el resto de su vida arrastrándose en su retorcido cuerpo, sin poder volar.
Lo que el hombre no entendió, a pesar de que lo hizo movido por su corazón y urgencia, es que el pequeño capullo y la lucha requerida para salir del pequeño agujero era la manera de inyectar fluidos desde su cuerpo hacia las alas, de manera que se fortaleciera, para alistarla para volar y tomar la libertad. Libertad y vuelo sólo vendrían después de la lucha. Privando a la mariposa de la lucha, el hombre la privó de su salud y libertad.

El plantador de dátiles.





En un oasis escondido entre los más lejanos paisajes del desierto, se encontraba el viejo Elihau de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim, el acaudalado mercader, se detuvo en el oasis a abrevar sus camellos y vio a Elihau transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

—¿Qué tal anciano? La paz sea contigo.

—Contigo –contestó Elihau sin dejar su tarea.

—¿Qué haces aquí, con esta temperatura, y esa pala en las manos?

—Siembro –contestó el viejo.

—¿Qué siembras aquí, Elihau?

—Dátiles –respondió Elihau mientras señalaba a su alrededor el palmar.

—¡Dátiles! –repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez comprensivamente—. El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Ven, deja esa tarea y vamos a la tienda a beber una copa de licor.

—No, debo terminar la siembra. Luego si quieres, beberemos...

—Dime, amigo: ¿cuántos años tienes?

—No sé... sesenta, setenta, ochenta, no sé... lo he olvidado... pero eso ¿qué importa?

—Mira, amigo, los datileros tardan más de cincuenta años de crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos. Yo no estoy deseándote el mal y lo sabes, ojalá vivas hasta los ciento un años, pero tú sabes que difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que hoy siembras. Deja eso y ven conmigo.

—Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar estos dátiles. Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto... y aunque sólo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

—Me has dado una gran lección, Elihau, déjame que te pague con una bolsa de monedas esta enseñanza que hoy me diste –y diciendo esto, Hakim le puso en la mano al viejo una bolsa de cuero.

—Te agradezco tus monedas, amigo. Ya ves, a veces pasa esto: tú me pronosticabas que no llegaría a cosechar lo que sembrara. Parecía cierto, y sin embargo, mira, todavía no termino de sembrar y ya coseché una bolsa de monedas y la gratitud de un amigo.

—Tu sabiduría me asombra, anciano. Esta es la segunda gran lección que me das hoy y es quizás más importante que la primera. Déjame pues que pague también esta lección con otra bolsa de monedas.

—Y a veces pasa esto –siguió el anciano y extendió la mano mirando las dos bolsas de monedas—: sembré para no cosechar y antes de terminar de sembrar ya coseché no sólo una, sino dos veces.

—Ya basta, viejo, no sigas hablando. Si sigues enseñándome cosas tengo miedo de que no me alcance toda mi fortuna para pagarte...

     "Recuentos para Demián"
                     Jorge Bucay

Lección de Vida





Había un hombre que tenía cuatro hijos. El buscaba que ellos aprendieran a no juzgar las cosas tan rápidamente; entonces el envió a cada uno por turnos a ver un árbol de peras que estaba a una gran distancia.
El primer hijo fué en el Invierno, el segundo en Primavera, el tercero en Verano y el hijo más joven en el Otoño.
Cuando todos ellos habían ido y regresado, él los llamo y juntos les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo mencionó que el árbol era horrible, doblado y retorcido.
El segundo dijo que no, que estaba cubierto con brotes verdes y lleno de promesas.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo, él dijo que estaba cargado de flores, que tenía un aroma muy dulce y se veía muy hermoso, era la cosa más llena de gracia que jamás había visto.
El último de los hijos no estuvo de acuerdo con ninguno de ellos, el dijo que estaba maduro y marchitándose de tanto fruto, lleno de vida y satisfacción.
Entonces el hombre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, por que ellos solo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol.
El les dijo a todos que no deben de juzgar a un árbol, o a una persona, por solo ver una de sus temporadas, y que la esencia de lo que son, el placer, regocijo y amor que viene con la vida puede ser solo medida al final, cuando todas las estaciones han pasado.
Si tú te das por vencido en el invierno, habrás perdido la promesa de la primavera, la belleza del verano y la satisfacción del otoño.
No dejes que el dolor de alguna estación destruya la dicha del resto. No juzgues la vida por una sola estación difícil.
Persevera a través de las dificultades y malas rachas. Mejores tiempos seguramente vienen por delante.

Asamblea en la carpintería.





Cuentan que en la carpinteria hubo una vez una extraña asamblea.Fue una reunion de herramientas para arreglar sus diferencias.
El martillo ejercio la presidencia, pero la asamblea le notifico que tenia que renunciar. ¿La causa? !Hacia demasiado ruido. Y ademas se pasaba el tiempo golpeando.
El martillo acepto su culpa, pero pidio que también fuera expulsado el tornillo, dijo que habia que darle muchas vueltas para que sirviera de algo.
Ante el ataque el tornillo acepto también, pero a su vez pidio la expulsión de la lija. Hizo ver que era muy aspera en su trato y siempre tenia fricciones con los demás.
Y la lija estuvo de acuerdo, a condición que fuera expulsado el metro que siempre se la pasaba midiendo a los demás según su medida, como si fuera el único perfecto. En eso entro el carpintero, se puso el delantal e inicio su trabajo
Utilizo el martillo, la lija, el metro y el tornillo.
Finalmente la tosca madera inicial se convirtio en un lindo mueble.
Cuando la carpinteria quedó nuevamente sola, la asamblea reanudo la deliberacion. Fue entonces cuando tomo la palabra el serrucho, y dijo:
-Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos, pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades.
¡Eso es lo que nos hace valiosos! Asi que no pensemos ya en nuestros puntos malos y concentrémonos en la utilidad de nuestros puntos buenos.
La asamblea encontro entonces que el martillo era fuerte, el tornillo unía y daba fuerza, la lija era especial para afinar y limar asperezas y que el metro era preciso y exacto.
Se sintierón entonces un equipo capaz de producir muebles de calidad.
Se sintierón orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

                                                                                   Autor desconocido.

Un buen trabajo en equipo requiere reconocer las fortalezas y debilidades de cada uno de sus miembros. pero si deseamos ir más allá, es decir, sentirnos parte de la comunidad, es necesario poner todas nuestras energías en el proyecto común. la imagen de la orquesta puede ayudarnos: cada instrumento debe ejecutar su propia música, manteniendo su originalidad; pero al mismo tiempo, todos los instrumentos aportan sus notas a la orquesta pera que todos untos puedan componer una hermosa y armónica melodía.